Extraído de: José García Grossocordón. «Siete décadas enseñando atletismo con pasión (1949-2021)». RFEA, 2022

Para mí ser entrenadora era lo más lógico, normal y natural, al dejar de ser atleta. Me permitía seguir unida y ligada al deporte que tanto me gustaba y me ofrecía la posibilidad de “enseñar” a otras/otros posibles atletas lo bonito que es el atletismo.

Siendo atleta en activo, en las contadas ocasiones en que mi entrenador (Pedro Pablo Fernández), por sus motivos laborales no podía acudir a los entrenamientos, yo, quizá por ser la “mayor” del grupo, asumía ese papel. También en las concentraciones, a nivel nacional, me gustaba ayudar a entrenadores que asistían a ellas y por ende a los/las atletas.

En los viajes con la Selección Nacional, con Rosa Colorado (compañera de habitación en muchas ocasiones y que ya ejercía de entrenadora), nos encantaba estar en la zona de calentamiento observando y viendo, como entrenaban las/los otras/os atletas, para aprender nuevos ejercicios.

Así que, animada por todo mi entorno (familia, entrenador, y compañeros del atletismo), y por el convencimiento de que debía “saber” y formarme, si quería ejercer y ser una buena entrenadora, hice en 1987 el curso de “Monitor nacional”, y ese mismo año el primer curso de Entrenadora nacional de Atletismo (carreras), programado por la ENE. En 1988, por motivo de los JJOO de Seúl, no pude asistir al 2º curso (Saltos), que hice al año siguiente 1989. En 1990 cursé el último año (lanzamientos). Y ya sobre el papel, era Entrenadora Nacional.

Pero eso es sólo eso, un diploma. La formación es, debe ser, continua, siempre he intentado asistir al mayor número posible de simposios, charlas, conferencias…etc, sobre deporte, sobre atletismo independientemente de la especialidad, para aprender.

En los últimos años de mi vida como atleta, empecé a entrenar a 3 jovencitas de categoría infantil, (sub14 en la actualidad), que me ayudaron a darme a conocer en esta nueva faceta, a que el grupo creciese y que yo creciera y me desarrollara con ellas como entrenadora. Desde estas tres “personitas” entonces hasta el momento actual “ha llovido mucho” y han sido muchas/os las/los atletas con las/los que he podido colaborar. De todas las edades y de todos los niveles deportivos.

Desde que comencé a ser “entrenadora”, me centré en las especialidades de velocidad y vallas (obviamente se incluyen los relevos) y me ilusionaba trabajar sólo con mujeres. A lo largo de mi carrera como entrenadora, me he mantenido fiel en cuanto a la especialidad, no así en lo referente al género, entrenando atletas de ambos sexos.

A pesar de que cuando empecé no había muchas mujeres entrenadoras a nivel nacional, o quizá por eso, y porque enseguida, a inicios de los 2000, comencé a cooperar en el panel de velocidad de la RFEA, siempre me sentí tratada como un “entrenador” más, no sólo en el entorno donde vivo sino también a nivel nacional. No he sentido “trabas especiales” por el hecho de ser mujer. No sé si mi camino ha sido más fácil, o menos dificultoso que el de otras entrenadoras, pero yo no he percibido trabas especiales por mi sexo. Quizá el reconocimiento del que gozaba, por ser atleta conocida a nivel nacional haya podido, en los inicios, allanarme el camino, no lo descarto, pero eso no ha hecho sino obligarme a demostrar aún más que soy entrenadora, no solo nombre.

Defiendo la figura del entrenador/a humanista. Para mí, ser entrenador/a es mucho más que la figura de alguien que programa un entrenamiento y vigila que se cumpla lo más acertadamente posible. Somos eso y además psicólogo/as, nutricionistas, amigas/enemigas, confidentes, escuchantes, consejeras, segundas madres… Nos toca ayudar en áreas, para las que la mayoría de las veces no estamos preparadas:

Somos formadoras, educadoras, a través del atletismo

Son muchas horas las que pasamos con los deportistas y debemos ser conscientes entre otras cosas de:

  • Que la mayoría de ellos, sobre todo si son jóvenes, nos convierten en un referente, en alguien (si además tiene buen historial deportivo) al que quieren emular.
  • La repercusión que puede tener en ellas/os cualquier comportamiento nuestro.
  • “Del poder que tenemos” sobre ellos/ellas y utilizarlo de forma adecuada, en su beneficio.

Por eso nuestra responsabilidad es muy grande y va mucho más allá del mero trabajo físico.

Parto de la base de que en el atletismo español ser entrenador/a y atleta profesional (entendido como el que consigue vivir de eso), aún en el momento actual es muy complicado. Muy pocos/as lo consiguen.

Toda la vida he tenido que compaginar mi trabajo con mi hobby/pasión: Entrenar… Pasar frio, lluvia o solazo en la pista, cambiar días de fiesta en el trabajo con compañeros, para poder ir a competiciones, adecuar mis vacaciones a las concentraciones nacionales o competiciones internacionales, disfrutar alegrías por éxitos u objetivos deportivos logrados, o por pequeños progresos personales obtenidos en cualquier ámbito (esos pertenecen a los/las atletas), filtrar sinsabores y disgustos cuando no se cosecha lo pretendido o se lesionan los atletas (eso pertenece al entrenador/a), transitar con la/el atleta el camino hasta la superación del fracaso, por muy pequeño que éste sea (todo un mundo para el/ella) y ayudarle a encontrar nuevamente la motivación, apoyarle/aconsejarle, desde la honestidad, pensando en lo mejor para ella/el y no para nosotros/as, en momentos de decisiones difíciles como que priorizar en su vida (estudios, amigos, familia, trabajo atletismo)….

Esa es y ha sido y espero que siga siendo mi vida. No la entiendo de otra manera.

Imagen de cabecera: Ester Lahoz en el Estadio Olímpico de Berlín, durante el Campeonato de Europa de 2018. (Foto: ALCAMPO-Scorpio71)

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